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El turismo es una forma de felicidad. En el equipaje anímico del viajero nunca falta la alegría. Por eso es tan importante ofrecerle una oferta que la multiplique. Es lo que logra la de Jaén, cuya monumentalidad, naturaleza, historia y gastronomía acrecientan el entusiasmo de quien nos visita hasta el punto de que el turista se convierte en un magnífico embajador.

Esta ciudad supera las expectativas del viajero. Jaén siempre sorprende para bien. De eso se encargan la Catedral, obra maestra de Andrés de Vandelvira, el impresionante castillo de Santa Catalina, los espectaculares Baños árabes, los maravillosos templos, los parajes naturales y ese gran patrimonio, inmaterial, pero perceptible, que es la amabilidad del jiennense.

Nuestra idiosincrasia es, en efecto, un magnifico reclamo turístico. Como lo es la gastronomía. Jaén concentra un gran número de restaurantes con estrella Michelin. En concreto, cuatro cocineros cuentan con la distinción de la prestigiosa guía francesa, cuyo equivalente en España, la guía Repsol, ha jalonado de soles la hostelería de la capital de la provincia.

Jaén, la capital de la tapa, es también un enclave idóneo para la práctica del deporte de aventura. La inminente puesta en funcionamiento de una vía ferrata en las inmediaciones de la ciudad enriquecerá las experiencias de los visitantes que se adentren en una naturaleza que invita a la actividad física tanto como al paseo sosegado por sus senderos.

Hay más argumentos para visitar Jaén: la esplendorosa Semana Santa apuntala el turismo religioso y el magnífico Festival de Otoño hace lo propio con el cultural. En cuanto al deportivo, el eje es la Carrera de San Antón, que atrae a miles de los atletas que participan, quienes, junto a la multitud que les anima y a las lumbres, convierten esa noche en la más hermosa de España.